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Qué dicen los que producen IV

  • Categoría de la entrada:Información Institucional
  • Tiempo de lectura:7 minutos de lectura

“Tenemos que llegar a un acuerdo, no se trata todo de prohibir, porque va a llegar un punto en el que no podamos producir nada”

María Emilia Lovera, 33 años, Rafaela, Lic. en Administración Rural

Al suroeste de Rafaela, con la vía y la variante de la Ruta Nacional 34 cruzando por la mitad del campo, detrás de los barrios de quintas y lindando con uno de los asentamientos de la ciudad, el campo de la familia Lovera tiene cotidianamente el desafío del periurbano como una constante.

Un campo destinado a la agricultura que rota soja y trigo, antes era espacio para la ganadería aunque con más pérdidas por robos y faenamiento, que ganancias, por lo tanto se mudó la actividad a otro campo en Susana, donde conviven con el tambo y más agricultura.

Hace un tiempo que los vecinos más próximos cortaron el alambrado y de lo que era soja con maicillo, sin aplicación alguna por la cercanía con la ciudad, para hacer rollos y llevarlos al tambo, se sirven libremente de las pasturas para unos caballos.

Siendo cuatro familias en total las que viven de forma directa de estas producciones, además de los servicios que se contratan, con tierras de buena calidad que no pueden ser aprovechadas en su totalidad, se añaden a la convicción y constancia de cumplir que las leyes y ordenanzas vigentes, “creo que tenemos que llegar a un acuerdo, no se trata todo de prohibir, porque va a llegar un punto en el que no podamos producir nada”.

Mientras hay una mirada de exigencia hacia el campo solamente, María Emilia y su padre Eduardo proponen que “quienes lotean también tengan que poner cortinas forestales, para que no se impida el trabajo de quién está al lado en el campo”, que también debe aportar su parte a esta tarea de protección mutua. Aunque podrían limitarse los loteos, sería un buen aporte al ambiente en medio de tantas nuevas construcciones.

Del mismo modo, “como se pretende prohibir el uso de agroquímicos, que también se limite el uso de todos los que se usan en la ciudad. La prohibición si es para uno, es para todos. Porque más dañino para la salud que los venenos para insectos que se usan en la ciudad no tenemos”.

“Si todo fuera tan tóxico en el campo tendríamos todos problemas, pero se toman recaudos, sobre todos los que pulverizan, que están cubiertos, usan productos banda verde en la mayoría de los casos,  o azules, se diluyen los productos  y siempre se trabaja con control”, mientras en la ciudad o muy cerca de los campos que están restringidos hay pulverizaciones que se hacen sin cuidado.

Por eso su mirada se orienta “a otra movida de fondo, a algo más inmobiliario o político, porque con soja en la zona desde hace 35 años, ¿ahora los productos empezaron a intoxicar a la gente? . Todo tiene más relación con el enfrentamiento de la ciudad con el campo”.

Por eso considera que “todos tenemos que empezar a dialogar más y llegar a nuevos consensos”.

Con parte del campo en el periurbano y ya afectado por las prohibiciones de aplicación en el rango de los 200 metros, María Emilia reconoce que “no queremos dejar de trabajar las tierras y se tiene que entender que en esta zona sin agroquímicos no se puede, pero tampoco queremos llegar a tener que lotear nosotros mismos”.

Una reflexión más creativa le permite pensar que “en el lugar donde hoy no podemos aplicar nada, le podemos alquilar el lote a la Concejal que propone extender el límite a los mil metros, para que intente hacer una huerta orgánica grande como ella sugiere. Eso sí, teniendo que lidiar con chivos, chanchos, caballos ajenos que se meten en el terreno, pero también con la cantidad de gente que se puede ir a servir la verdura directamente de esa producción”.

Con problemas en la contratación y sostenimiento de la mano de obra intensiva que requeriría, combinado con las napas bajas que hay en ese sector, sería muy difícil el desarrollo de ese tipo de producción.

Los proyectos forestales son a largo plazo, con sustentabilidad económica recién a los 15 años, “¿mientras tanto con se pagarían los impuestos hasta poder vivir de una cosecha?”.

“Uno trata de buscar la vuelta a una alternativa frente a estos proyectos políticos, pero es muy complicado sin poder ni siquiera devolver nutrientes a la tierra”.

Ensayo propio

“A fines de septiembre, cuando sembramos el maíz en Susana, hice mi huertita, al lado de la casa. Sin aplicar nada y con las mismas lluvias que recibieron los otros maíces donde sí pulverizamos con herbicidas y fertilizantes”. Llegó el momento de cosechar y las diferencias fueron muy notorias. “En los lotes que aplicamos toda la tecnología que hay disponible en el mercado se llenaron todos los granos, pero en la huerta coseché la mitad de cada choclo, porque por la falta de fertilizantes no se terminaron de completar”.

Lovera explica que “la experiencia fue horrible, porque uno quiere hacer producción orgánica, pero está a simple vista que el maíz no tiene el mismo desarrollo, que queda a la mitad de tamaño y con menos grano”.

Sabor similar, pero menos rendimiento, dejarán más lugar el año próximo a la lechuga y la achicoria que rinden un poco más y completan mejor las ensaladas del verano.

Leer nota completa: Producción Sustentable – Sociedad Rural de Rafaela (ruralrafaela.com.ar)